DE OLLAS Y SARTENES

23 de septiembre de 2012

Hay algunas cosas, esas pequeñas cosas, diría el Nano, que de vez en cuando, nos hacen llorar. A veces, lo pequeño tiene tamaño de cacerola.

Resulta que tuve que viajar por trabajo. Dos días. Jueves y viernes. Desde que nacieron los chicos no había estado fuera de casa más de veinticuatro horas. Me ocupé durante la semana de dejar más o menos organizadas las cosas para que nadie sucumbiera en el intento de sobrevivir sin mí. Los hombres deben pensar que nos sentimos imprescindibles, pero no. Me gustaría que supieran por este medio que cuando tenemos que suplir nuestra ausencia nos sentimos flor de boludas. Pero ese es otro tema.

No sé si les dije, pero como mi marido y yo trabajamos, contamos con la invaluable colaboración de un ángel hacelotodo que viene de lunes a jueves y logra que cuando llegamos de la oficina sintamos al entrar en casa que nunca antes habíamos estado allí. Hace de todo pero no cocina. En casa cocino yo. No es porque el ángel no sepa. Lo hago porque me gusta y porque soy una rompebolas con mis utensilios, con los ingredientes, con los sabores y con la higiene.

Volvamos al viaje. Me fui el jueves por la mañana y confieso que llamé una docena de veces para ver cómo estaba todo. Lo dicho. No por imprescindible, sino por boluda. Estaban bárbaro. Sábado a las diez de la mañana hago mi ingreso triunfal en casa. Cartera, valijita, carpetas, tapado, una bolsa con dos libritos de regalo para los niños, llaves. El autito no lo vi. Digo, el autito que estaba en el pasillo tras la puerta. Hasta ese momento dormían todos. Se despertaron con el ruido de mi caída y todo lo que voló por los aires. No estaría bien que escribiera acá el listado completo de epítetos pronunciado, pero les permito se lo imaginen.

- Mamiiiiiiiiiii!!!!!!!! Besos y bracitos por todos lados…

A quién le importa un golpecito, no?

Mi marido me preparó unos ricos mates, entregué los libritos, nos llenamos de mimos y me contaron todos los pormenores de dos días y fracción de ausencia. Que el jueves papi hizo fideos, que les contó un cuento antes de dormir, que el viernes el chiquito llevó al colegio el pantalón del mayor y viceversa y que no se dieron cuenta, que vieron una peli nueva, que ayer se quedaron dormidos a la tarde en el sillón y que entonces no se bañaron, que papi les hizo lavar los dientes, que cenaron tarta del freezer y que como yo no estaba la comieron con la mano.

Mientras me contaban pensé en lo bien casada que estoy y que no era tan terrible haberme ido dos días. Luego de todas esas confesiones me dispuse a cambiarme de ropa, ordenar el desparramo producido al entrar y desarmar la valija. Claro, no todo es tan literal. Cuando quise ordenar el desparramo me di cuenta que era mucho más grande que mi caída, había juguetes por todo el piso. Respiré hondo y llevé mis cosas al dormitorio. En el dormitorio encontré ropa para lavar en el piso. La del jueves y la del viernes. No sé si les dije, pero el ángel los viernes no viene.

Me puse ropa de fajina y pasé por el baño. Y ahí supe que cambiaron dos veces el rollo del papel higiénico, porque en el piso estaban los cilindros de cartón que van en el medio. También supe que se cambiaron las medias, porque también estaban allí las sucias hechas bollito. Seis pares. Ordenados de mayor a menor, eso sí. Me pareció bueno tragar saliva y no decirles nada, después de todo, no la habían pasado tan mal y las medias se las habían cambiado.

Junté y clasifiqué la ropa para lavar y pregunté por qué no habían tenido natación el viernes.

- si tuvimos, má... –el mayor
- y la toalla, la malla... –yo
- no sé –el menor
- yo tampoco –el mayor
- Mi vida… la ropa mojada de la pile de los nenes? –yo
- Qué se yo… estará en la mochila –mi marido

Y ahí estaba nomás. Mojada. Criando honguitos. Y me senté en el piso a cargar el lavarropas y me empecé a reír sola recordando las charlas con una amiga que también tiene tres hombres en la casa. Hay cosas que los hombres no ven. No lo hacen a propósito, no es que no les importe, no es que piensen que es deber de la esposa. No lo ven. No es importante. No saben. Y tenemos un listado de las cien cosas que ellos no saben. Les cuento algunas y apuesto a que se sentirán identificados e identificadas:

- El armario de los productos de limpieza no tiene doble fondo, pero detrás de la primera línea de frascos, hay otra
- Para ver si hay algo que buscamos en la heladera o en las alacenas bajas, es factible tener que agacharse
- La ropa sucia que está tirada en el piso no se lava pateándola de un lugar a otro, alguien la levanta y la pone en el lavarropas
- La ropa que se ha lavado en el lavarropas, no se seca sola. Alguien la saca del lavarropas y la cuelga en el tender.
- La ropa que está colgada en el tender, no se guarda sola. Alguien la saca del tender y la dobla o la pone para planchar.
- El cesto de la basura suele llenarse con el tiempo si uno tira cosas adentro. La única posibilidad conocida para que vuelva a haber lugar en él, es retirar la bolsa y colocar otra. Esto no es automático. Es un servicio manual que alguien debe llevar a cabo.
- Los alimentos consumidos no se reponen por arte de magia. Alguien debe ir a comprarlos y, luego de hacerlo, los lácteos por lo menos, deben ser guardados.
- No es importante hacer la cama todos los días. Eso va en cuestión de gustos. Lo que sí es importante es cambiar las sábanas. Digamos que, por lo menos, una vez por semana.
- Puede ser que alguno tenga la suerte de tener un horno autolimpiante. Pero la parte de las hornallas no se limpia sola. Alguien lo tiene que hacer.
- El sifonero no tiene llave de casa. Si hay soda en la heladera, es porque alguien se ocupó de comprar.

Y hay más, pero no los quiero aburrir. Volvamos al lavarropas que finalmente puse en marcha. Mi esposo tenía previsto un día al aire libre con picnic incluido. Pasamos un hermoso día al sol. Cuando volvíamos, me pidieron que cocinara algo, que no pidiéramos pizza. Ellos saben cómo hacerme sentir imprescindible sin que me sienta flor de boluda, así que prometí una rica carne con arroz.

Llegamos a casa, los mandé a bañar con rasqueta y me fui a la cocina. Me puse el delantal y abrí la ventana. Puse un poco de música, serví una copa de vino. Agarré la olla del arroz y fue una mala idea. Estaba rallada. Mi olla de teflón estaba rallada.

- Quién usó la olla del arroz?

Silencio. Uno se baña. Otro juega con la compu. Otro mira la tele.

- Che… hice una pregunta…

Silencio.

- Me están escuchando?!!!! Quién mierda usó la olla del arroz??!!!
- Quién va a ser, Adri.. Yo la usé. Qué pregunta pelotuda que hacés… si sabés que los chicos no fueron.
- Y vos no sabés que la olla es de teflón?
- Adri… es una olla
- No. No es una olla. Es una olla de teflón y está toda rallada!!!!! Eso es porque la usaste con algo de metal. Para qué tengo como diez cucharas diferentes de plástico, eh?
- Para mí es lo mismo. Y deberías tener menos cucharas porque por eso se traba el cajón, ya no entran más.
- Ahora con la olla rallada se va a pegar el arroz y cuando el arroz se queme le vas a ir a pedir a tu vieja que te haga el rissotto, y…
- Callate loca!!! –mi vecina, la del primer piso.

No sé si les dije, pero yo había abierto la ventana de la cocina.

- Qué te pasa? A vos nunca te rallaron una olla? –la loca, la mía.
- Mi mujer no tiene ollas, querida. En su puta vida cocinó. Todo lo que sabe hacer es pedirme guita y exprimirme. – el marido de mi vecina.
- Me estás diciendo mantenida??!!! –mi vecina

Me quedé muda. Mi marido me abrazó, y en ese abrazo me mostró eso que decía antes. Ellos no lo ven. No es importante. El teflón no es importante. Pero yo sí lo soy para él. Y entonces mis ollas y mis sartenes tuvieron nuevo sentido. Y por eso voy a usar otra cacerola, para que no se pegue el arroz. Porque me gusta cocinar. Porque soy una rompebolas con los utensilios de la cocina. Y porque seré loca, pero amo a mi familia.

- A quién le decís mantenida, eh?!!!! Bien que te gusta…

Cerré la ventana. Tengo dos criaturas y la discusión pintaba no apta para todo público. Complicado compartir el envase. Para algunas más que para otras.

 

Copyright © 2012 Adriana Fernandez