DE OLLAS Y SARTENES

23 de septiembre de 2012

Hay algunas cosas, esas pequeñas cosas, diría el Nano, que de vez en cuando, nos hacen llorar. A veces, lo pequeño tiene tamaño de cacerola.

Resulta que tuve que viajar por trabajo. Dos días. Jueves y viernes. Desde que nacieron los chicos no había estado fuera de casa más de veinticuatro horas. Me ocupé durante la semana de dejar más o menos organizadas las cosas para que nadie sucumbiera en el intento de sobrevivir sin mí. Los hombres deben pensar que nos sentimos imprescindibles, pero no. Me gustaría que supieran por este medio que cuando tenemos que suplir nuestra ausencia nos sentimos flor de boludas. Pero ese es otro tema.

No sé si les dije, pero como mi marido y yo trabajamos, contamos con la invaluable colaboración de un ángel hacelotodo que viene de lunes a jueves y logra que cuando llegamos de la oficina sintamos al entrar en casa que nunca antes habíamos estado allí. Hace de todo pero no cocina. En casa cocino yo. No es porque el ángel no sepa. Lo hago porque me gusta y porque soy una rompebolas con mis utensilios, con los ingredientes, con los sabores y con la higiene.

Volvamos al viaje. Me fui el jueves por la mañana y confieso que llamé una docena de veces para ver cómo estaba todo. Lo dicho. No por imprescindible, sino por boluda. Estaban bárbaro. Sábado a las diez de la mañana hago mi ingreso triunfal en casa. Cartera, valijita, carpetas, tapado, una bolsa con dos libritos de regalo para los niños, llaves. El autito no lo vi. Digo, el autito que estaba en el pasillo tras la puerta. Hasta ese momento dormían todos. Se despertaron con el ruido de mi caída y todo lo que voló por los aires. No estaría bien que escribiera acá el listado completo de epítetos pronunciado, pero les permito se lo imaginen.

- Mamiiiiiiiiiii!!!!!!!! Besos y bracitos por todos lados…

A quién le importa un golpecito, no?

Mi marido me preparó unos ricos mates, entregué los libritos, nos llenamos de mimos y me contaron todos los pormenores de dos días y fracción de ausencia. Que el jueves papi hizo fideos, que les contó un cuento antes de dormir, que el viernes el chiquito llevó al colegio el pantalón del mayor y viceversa y que no se dieron cuenta, que vieron una peli nueva, que ayer se quedaron dormidos a la tarde en el sillón y que entonces no se bañaron, que papi les hizo lavar los dientes, que cenaron tarta del freezer y que como yo no estaba la comieron con la mano.

Mientras me contaban pensé en lo bien casada que estoy y que no era tan terrible haberme ido dos días. Luego de todas esas confesiones me dispuse a cambiarme de ropa, ordenar el desparramo producido al entrar y desarmar la valija. Claro, no todo es tan literal. Cuando quise ordenar el desparramo me di cuenta que era mucho más grande que mi caída, había juguetes por todo el piso. Respiré hondo y llevé mis cosas al dormitorio. En el dormitorio encontré ropa para lavar en el piso. La del jueves y la del viernes. No sé si les dije, pero el ángel los viernes no viene.

Me puse ropa de fajina y pasé por el baño. Y ahí supe que cambiaron dos veces el rollo del papel higiénico, porque en el piso estaban los cilindros de cartón que van en el medio. También supe que se cambiaron las medias, porque también estaban allí las sucias hechas bollito. Seis pares. Ordenados de mayor a menor, eso sí. Me pareció bueno tragar saliva y no decirles nada, después de todo, no la habían pasado tan mal y las medias se las habían cambiado.

Junté y clasifiqué la ropa para lavar y pregunté por qué no habían tenido natación el viernes.

- si tuvimos, má... –el mayor
- y la toalla, la malla... –yo
- no sé –el menor
- yo tampoco –el mayor
- Mi vida… la ropa mojada de la pile de los nenes? –yo
- Qué se yo… estará en la mochila –mi marido

Y ahí estaba nomás. Mojada. Criando honguitos. Y me senté en el piso a cargar el lavarropas y me empecé a reír sola recordando las charlas con una amiga que también tiene tres hombres en la casa. Hay cosas que los hombres no ven. No lo hacen a propósito, no es que no les importe, no es que piensen que es deber de la esposa. No lo ven. No es importante. No saben. Y tenemos un listado de las cien cosas que ellos no saben. Les cuento algunas y apuesto a que se sentirán identificados e identificadas:

- El armario de los productos de limpieza no tiene doble fondo, pero detrás de la primera línea de frascos, hay otra
- Para ver si hay algo que buscamos en la heladera o en las alacenas bajas, es factible tener que agacharse
- La ropa sucia que está tirada en el piso no se lava pateándola de un lugar a otro, alguien la levanta y la pone en el lavarropas
- La ropa que se ha lavado en el lavarropas, no se seca sola. Alguien la saca del lavarropas y la cuelga en el tender.
- La ropa que está colgada en el tender, no se guarda sola. Alguien la saca del tender y la dobla o la pone para planchar.
- El cesto de la basura suele llenarse con el tiempo si uno tira cosas adentro. La única posibilidad conocida para que vuelva a haber lugar en él, es retirar la bolsa y colocar otra. Esto no es automático. Es un servicio manual que alguien debe llevar a cabo.
- Los alimentos consumidos no se reponen por arte de magia. Alguien debe ir a comprarlos y, luego de hacerlo, los lácteos por lo menos, deben ser guardados.
- No es importante hacer la cama todos los días. Eso va en cuestión de gustos. Lo que sí es importante es cambiar las sábanas. Digamos que, por lo menos, una vez por semana.
- Puede ser que alguno tenga la suerte de tener un horno autolimpiante. Pero la parte de las hornallas no se limpia sola. Alguien lo tiene que hacer.
- El sifonero no tiene llave de casa. Si hay soda en la heladera, es porque alguien se ocupó de comprar.

Y hay más, pero no los quiero aburrir. Volvamos al lavarropas que finalmente puse en marcha. Mi esposo tenía previsto un día al aire libre con picnic incluido. Pasamos un hermoso día al sol. Cuando volvíamos, me pidieron que cocinara algo, que no pidiéramos pizza. Ellos saben cómo hacerme sentir imprescindible sin que me sienta flor de boluda, así que prometí una rica carne con arroz.

Llegamos a casa, los mandé a bañar con rasqueta y me fui a la cocina. Me puse el delantal y abrí la ventana. Puse un poco de música, serví una copa de vino. Agarré la olla del arroz y fue una mala idea. Estaba rallada. Mi olla de teflón estaba rallada.

- Quién usó la olla del arroz?

Silencio. Uno se baña. Otro juega con la compu. Otro mira la tele.

- Che… hice una pregunta…

Silencio.

- Me están escuchando?!!!! Quién mierda usó la olla del arroz??!!!
- Quién va a ser, Adri.. Yo la usé. Qué pregunta pelotuda que hacés… si sabés que los chicos no fueron.
- Y vos no sabés que la olla es de teflón?
- Adri… es una olla
- No. No es una olla. Es una olla de teflón y está toda rallada!!!!! Eso es porque la usaste con algo de metal. Para qué tengo como diez cucharas diferentes de plástico, eh?
- Para mí es lo mismo. Y deberías tener menos cucharas porque por eso se traba el cajón, ya no entran más.
- Ahora con la olla rallada se va a pegar el arroz y cuando el arroz se queme le vas a ir a pedir a tu vieja que te haga el rissotto, y…
- Callate loca!!! –mi vecina, la del primer piso.

No sé si les dije, pero yo había abierto la ventana de la cocina.

- Qué te pasa? A vos nunca te rallaron una olla? –la loca, la mía.
- Mi mujer no tiene ollas, querida. En su puta vida cocinó. Todo lo que sabe hacer es pedirme guita y exprimirme. – el marido de mi vecina.
- Me estás diciendo mantenida??!!! –mi vecina

Me quedé muda. Mi marido me abrazó, y en ese abrazo me mostró eso que decía antes. Ellos no lo ven. No es importante. El teflón no es importante. Pero yo sí lo soy para él. Y entonces mis ollas y mis sartenes tuvieron nuevo sentido. Y por eso voy a usar otra cacerola, para que no se pegue el arroz. Porque me gusta cocinar. Porque soy una rompebolas con los utensilios de la cocina. Y porque seré loca, pero amo a mi familia.

- A quién le decís mantenida, eh?!!!! Bien que te gusta…

Cerré la ventana. Tengo dos criaturas y la discusión pintaba no apta para todo público. Complicado compartir el envase. Para algunas más que para otras.

CUESTION DE GENERO

10 de julio de 2012

Si hago memoria, la primera vez que debo haber escuchado la palabra género fue de boca de mi abuela materna que no tenía ni la menor intención de ser feminista. Ella compraba géneros para coser o elegía la ropa según la calidad del género.

Después, ya en el colegio, aprendí eso de masculino, femenino y neutro. No sé si les dije, pero hice primaria y secundaria en escuela de mujeres, así que fue después de los dieciocho cuando comprendí a qué se referían en realidad con el temita del género. Poco tenía que ver con la indumentaria de mi abuela y, si bien las feministas se ensañan con relacionarlo con eso de si termina con “a” o con “o”, pronto me quedó claro que el asunto debía ocupar varios tomos en la enciclopedia de la historia de la estupidez humana, como solía decir mi padre.

Recuerdo que cuando comencé mi militancia política, me ofrecieron participar en las reuniones de la comisión de la mujer. Y como no soy rebelde ahora, sino desde la cuna, así, con cara de póquer, antes de aceptar o rechazar la oferta, pregunté qué día se reunía la comisión del hombre. Obviamente no había comisión del hombre. Las mujeres tienen temas muy específicos que tratar, explicaron, como la maternidad o el cáncer de mama. Lógico, contesté, evidentemente los temas de paternidad y cáncer de próstata lo tratan en la comisión de asuntos municipales y así andamos.

Como verán, lo del feminismo no va conmigo. Eso no quiere decir que no haga causa común con las mujeres ante una afrenta. Y afrentas tenemos a diario. En el súper, en el bondi, en el laburo y, algunas mujeres, hasta en su propia casa. Y lo peor, son las mujeres que discriminan a otras mujeres. Con esas, ni justicia.

No sé si les dije, pero trabajo en una empresa en la que el ochenta y cinco por ciento del personal son hombres. Y se ve de todo. En mi piso, por ejemplo, hay tres baños. Uno de hombres, uno de mujeres y otro para personal jerárquico. En este último, hay mingitorio. Cosa que me parece muy bien, atendiendo las particularidades de los directivos hombres. Pero no hay bidet, ni armarios, ni nada que atienda particularidades de las mujeres. Debe ser que de jefe para arriba las mujeres mean paradas.

Hablando de mi piso, les cuento que días pasados, Juliana Míguez se hizo cargo de la gerencia de Comunicaciones Internas. Es una gerencia nueva con dos jefaturas a cargo que ya existían y estaban en este piso. Antes dependían de la gerencia de Marketing que está dos pisos más abajo. Por eso, el gerente de Marketing, Daniel Ibañez, sube bastante seguido a mi piso. También viene a reuniones con el Director y mientras lo espera, suele pasearse por los escritorios y sentarse a conversar con alguno de los de Comunicaciones Internas. Por otro lado, no sé si les dije, pero la empresa en la que trabajo tiene política de gestión de puertas abiertas. En castellano, esto es “sin oficinas”. Sólo el Director tiene una y todos los demás mortales, desde cadete a gerente, trabajamos en escritorios comunes sin distinción alguna. A Juliana la ubicaron bastante cerca de la puerta de entrada, en una línea de cuatro escritorios. Desde que está ahí, cualquier hijo de vecino que llega al piso y quiere preguntar algo, se dirige a ella. Los otros tres, que son hombres, están pintados al óleo. Juliana contesta siempre con una sonrisa y a mí me enerva. Me enerva la situación y su sonrisa. Al tercer día yo hubiera pegado un cartel que dijera “No soy mesa de entradas”, “Cuidado con el perro” o “Sólo respondo preguntas a idiotas a sueldo”. No sé. Algo que rápidamente provocara el rechazo colectivo hacia mi escritorio.

Ayer, sube Daniel. Abre la puerta, saluda con todos los dientes y se sienta en una silla en el escritorio de Juliana. No se sienta. Se desparrama en la silla. Casi sin mirarla le dice:

- Me traés un café? No. Mejor cortado.

A lo que Juliana responde:

- Grabo esto y te traigo”.

Yo estaba observando la situación y me comía las uñas para no hablar. Cuando pidió el café no pude más.

- Perdón? Acá nadie es esclavo de nadie, eh? –La loca.
- No, dejá, no te preoc… -Juliana
- No, Juli. Esto no puede estar pasando. Entiendo tu reacción porque venís de otra empresa, pero acá las cosas son diferentes. La cocina queda en el mismo lugar en todos los pisos. Y el señor sabe a dónde queda.
- Es que no tengo probl…
- Juli, los hombres tienen dos manos igual que vos y, además de usarlas para temas digamos íntimos, pueden poner en una de ellas un vasito de telgopor y con la otra sostener la jarra de la cafetera. Si tiene suerte, a esta hora alguien ya hizo el café por él.
- Ahora puedo hablar?
- Si, por supuesto. Quería aclarar el punto nada más.
- Yo le dije a él que pasara a buscarme y que si yo no había terminado, le servía un café. Daniel es mi marido.

Este es el momento en el que la loca se hace la dormida y yo tengo que salir a remarla con los cachetes rojos.

- Ah… Noooo!!! No lo puedo creer… Es que… Es que no los conocía. Es decir, sí los conozco, pero no tenía presente el vínculo. Es que todos le piden… y como es nueva… y quise colaborar… Bueno, también visto de afuera el pedido sonó horrible. Ehmmm…. No sé qué decir. Les traigo yo el café a los dos?

No sé si les dije, pero en mi piso, la mayoría son hombres y chusmas. Mientras todo esto pasaba, no paraban de mirarme sin decir ni “mu”. Hasta que se hizo un silencio y uno de mi equipo quedó sólo explicando que “no pasó nada, la loca de mi jefa, que metió la pata otra vez”.

- A quién le decís loca? Si vos!!!! Nunca metiste la pata? Andá a la cocina y traé dos cafés. No mejor que sean tres.

A veces, la loca y yo estamos de acuerdo. Sobre todo si se trata de una cuestión de género.

AMPLITUD TERMICA MODULADA

17 de mayo de 2012

Anoche me acosté con veinticuatro grados y hoy amanecí con nueve. Sonó el despertador y sentí que era la alarma del freezer indicando que dejé la puerta abierta. Me acurruqué cerca de mi marido que románticamente dormido me preguntó “qué hacés?”. “Tengo frío”, contesté. Siguiendo con la ternura matinal que lo caracteriza me preguntó por qué no me abrigaba para dormir. Si ayer hubiera puesto frazada me trataba de loca. No sé si les dije, pero estoy casada con un hombre.

Me acovaché con las sábanas y la mantita veraniega hasta las orejas y encendí la tele jurando poner el acolchado esa misma noche. En la parte inferior de la pantalla se dibujaban la hora, la temperatura y la sensación térmica. A saber: 06:52, T 11, ST 9. Deprimente. La hora y la temperatura. Esto es ideal para Moreno. En otoño tendría que manejar el clima con el mismo criterio que la inflación. De última, se nos congelaría el alma, pero creeríamos que es sólo una sensación. Térmica.

Más arriba de los numeritos, aparece el mapa de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores con la voz de Mauricio Saldivar de fondo diciendo que la máxima prevista será de veintitrés grados. Acto seguido, explica científicamente el concepto de “amplitud térmica” para rematar recomendando vestirse “como cebolla”, en capas, para poder ir quitándolas una a una conforme se acerque el mediodía.

Es claro que Saldivar no viaja en bondi, ni en subte, ni en tren. Definitivamente. Además, no es mujer. No sólo salta a la vista sino que se nota que en su vida tuvo que transportar su humanidad sobre diez centímetros de taco aguja, llevar una cartera (léase baúl de mano) llena de porquerías, un libro por las dudas que milagrosamente consiga un asiento y pueda leer, una bolsa de compras varias y a todo eso sumarle las “capas” de ropa.

Para los que se preguntan por el rubro “compras varias”, me refiero a la yerba, galletitas, sopas, caldos, té, café y/o almuerzo de escritorio que llevamos a la ida para la oficina y algunos ingredientes para la cena, el cuaderno cuadriculado para el mayor, la caja de pinturitas para el menor, las zapatillas del marido que retiramos de la zapatería y el paracetamol para una misma que traemos en el viaje de vuelta a casa.

Así las cosas, me enfrenté con el placard. Sentada en el borde de la cama hecha bollito miro de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha y empiezo a barajar opciones. A esta altura, tengo a la loca gritándome adentro que me vuelva a meter en la cama, a mis hijos gritando para que me siente a desayunar al lado de ellos y a mi marido gritando porque no puede ser tan difícil vestirse.

Es que los hombres no entienden la complejidad del atuendo femenino. El usa jean, remera y buzo polar todo el año. Lo único que cambia es el largo del jean pasando de bermuda a pantalón y cambia de sandalia a zapatilla según la ocasión. Como mucho agrega una campera si el frío es ártico. Tiene calor, se saca el polar. Tiene frío, se pone el polar.

Cómo le explico que si me pongo pollera tiene que ser con medias si uso zapatos y sin medias si uso sandalias? Que si me pongo pantalón todo depende del taco del calzado para que no lo pise, por ejemplo si uso chatitas? Cómo traducir la diferencia entre un blazer de verano y uno de invierno, que, además tiene que combinar con el pantalón o la falda… y los zapatos, obvio?? Y cómo hacerle entender la diferencia de temperatura entre “arriba del bondi, todos apretaditos” y “abajo, en la calle, caminando de cara al río” y “adentro de la oficina, edificio corporativo, calefacción centralizada”?

Esta es una época desgraciada del año. Es la época en la que te encontrás por la calle con la ridícula en sandalias y dedos al aire y la ridícula con botas con interior de corderito. Es la convivencia cordial entre quienes prolongan el verano y quienes adelantan el invierno. Cordial hasta que la de botas le da un pisotón a la de sandalias, lógico.

Y en la oficina estamos las de polera o camisa manga larga pidiendo que apaguen la calefacción y las de musculosa de seda, elegantísimas con piel de pollo y timbres solicitando la prendan.

La misma tendencia se presenta a la hora de los alimentos. Mi hijo mayor quiere la leche fría, porque hace calor, y el menor la quiere “calentita”, porque hace frío. Y si pienso en hacer una ensalada para la noche me miran con cara de guiso de lentejas… y si digo que comemos lasagnas lloran a moco tendido por unos tomates rellenos.

Y ni hablar de la planificación de las salidas de fin de semana. Si los abrigo mucho, termino jugando al burro de carga con buzos, camperas y mochilas encima mientras todos retozan por el parque. Y si van en remerita nos tenemos que volver a las cuatro de la tarde porque “el viento me molesta”. Y después la loca soy yo, claro.

Y sigo mirando el placard sin saber qué ponerme… El pantalón blanco? No. Los zapatos blancos son abiertos adelante. La pollera azul? No. El blazer que combina es finito. Si me lo pongo con un sweater abajo? No. Es muy entallado y me voy a sentir ajustada todo el día. El vestido negro? No. Todavía no compré medias largas oscuras. Me entrará el traje gris del año pasado?

- Adri!!!! Y???? Se enfrían las tostadas.
- YA VOOOOOOOOOOOOY!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! (La loca, eh? A mí no se me ocurriría gritarle a mi marido y menos si me hizo las tostadas. No sé si les dije... pero qué bien casada que estoy!!).

Me estoy acordando de una publicidad de perfume para nenas que había cuando era chica. No recuerdo la marca. Mi hermana, que no sé si les dije, pero en ninguna estación del año sabe cómo vestirse, seguro que se acuerda. Se trataba de una obrita de teatro o de títeres, en el que una muñeca decía que no sabía qué ponerse. El público le gritaba “las medias verdes, las verdes”. Y la muñeca decía que no le gustaban y las tiraba. Entonces el público le coreaba “las coloradas, las coloradas”, porque en televisión no se dice rojo, viste? Y la histérica de la muñeca volvía a decir que no le gustaban y las tiraba poniéndose a llorar. Y ahí, una superada voz en off le decía “ponete perfume, perfume, nena, per-fu-me”.

Eso debería hacer ahora. Ponerme perfume. Me voy a desayunar en pijama y lo vuelvo a pensar en cinco minutos. Está fresco para tampón y vincha.

REINVENTANDO A MARIEL

20 de abril de 2012

Hoy me levanté positiva. Solcito, todavía está templado, ni sombras del maldito invierno que vendrá indefectiblemente y es viernes. Los viernes tiene ese qué se yo, viste?

Los chicos demoran más en levantarse porque están cansados del trajín semanal. No importa. Es viernes. No sé por qué extraña coincidencia, ambos tienen natación los viernes y llevan dos mochilas cada uno que me hacen cargar a mí porque pesan. No importa. Es viernes.

Lo mejor es que hoy hago teletrabajo. Con calzas y en patas todo el día. Placer mayor. Vuelvo del colegio, preparo el mate, levanto las ventanas, miro mis plantas y prendo la compu. Me conecto a la VPN. No me conecto. No anda. Eso significa en castellano puro que debo IR A LA OFICINA. No calzas. No en patas. No mate. Es viernes. Ommmmm…

En prolijo “casual day” me voy a tomar el tren. No hay trenes. Bien. Bondi. Es viernes… pero no abusen. Llego a la oficina y aviso. Aviso que no abusen, obvio.

Siendo las once de la mañana, cuando todo atisbo de positivismo se estaba diluyendo llama mi mamá. No sé si les dije, pero mi vieja es una caja de sorpresas. Uno siempre la atiende como dudando. Mirá si levanto el tubo y la sorpresa no era para mí y la ligo de rebote? Entonces en un Legrandesco gesto me pregunto: atiendo o no atiendo? Y atendí.

- Hola, hija? Estás ocupada? (mi mamá siempre pregunta si estoy ocupada, pero es una mera fórmula de cortesía, no le hace el más mínimo efecto la respuesta, así que con el correr de los años entendí que tengo que decirle que no, que no estoy ocupada y mucho menos para ella. Diciendo eso me siento escuchada).
- No, má… y mucho menos para vos
- Ah… bueno… porque mirá… yo mañana no tengo mucho para hacer y bla…. bla… bla… (cuenten 10 o 15 mil blas) y entonces pensé que podía ir a buscar a los nenes al cole, me los traigo, se quedan a dormir y ustedes se vienen mañana a tomar unos mates y bla… bla… bla… (cuenten unos 400 blas).
- Sí, má… claro. Se van a poner recontentos y no teníamos programa para hoy. (Importantísimo aclararle a mamá que no teníamos programa para HOY, así mañana, si surge algo o los mates están fríos o resulta que el marido se aburrió y se quiere ir antes de llegar, podemos zafar).

Como es viernes y todo el mundo sale o quiere llegar antes a casa el regreso es caótico. Y eso que dije que no abusen. En el viaje, le mando un sms a mi marido: “Mami se llevó a los nenes. Estoy llegando. Hay rock&roll?”

Jamás me contestó. No sé si les dije, pero mi marido, que no se lava las manos para no mojar el celular, tiene un filtro especial para que no le entren nunca mis mensajes. Llego a casa antes que él y preparo el mate que no tomé a la mañana. Cuando llega, entra corriendo.

- Hola… menos mal que te acordaste vos…
- Yo? Me acordé de…
- De la reunión de consorcio
- Hoy hay reunión de consorcio??!!!
- Claro… Me acordé cuando leí tu mensaje que me decías no sé qué del rock&roll. Se va a armar una…
- Ah! Lo recibiste!!! Y bue… Cierto que a vos la música no te gusta, cómo se me ocurre que lo vas a decodificar.
- Qué decís?
- No, nada… dejá… pensaba en vos alta.

Reunión de consorcio. Composición tema: José, el encargado, hace “trabajitos” personales en los departamentos en horario de trabajo y la mujer de José plancha para afuera y la luz que consume con la plancha la pagamos todos y sacaron los subsidios.

La reunión de consorcio es siempre igual. Vamos nosotros, la del 4º B sin el marido, el del 5º A sólo porque vive solo, y la administradora. Eso es fijo. Si se tratan temas de expensas extraordinarias se suman tres más que no viven acá, alquilan y las extraordinarias las pagan ellos. Y si hay que pegarle al encargado viene la del sexto.

La del sexto, está separada con cama adentro. El marido se niega a irse de la casa y ella se niega a hacerle un juicio porque “no piensa gastar un centavo en el imbécil ese que encima tiene el descaro de ser el padre de mis hijos”, tal como dijo en la reunión en la que la conocí. Los hijos, varones, de 11 y 7 años, suelen pasar las manos por los espejos y pegar los chicles en cualquier lugar de la entrada por recomendación de su madre. Así luego ella puede criticar al encargado porque no limpia. El 6º A es dúplex con el 7º A y lo que sería el 7º B es el departamento de José. En todas las reuniones a las que viene, se queja de que ella paga el doble de expensas que el resto y no tiene ningún beneficio por eso. Cuando alguien osó decirle que el “beneficio” era vivir en un departamento el doble de grande que el resto, contestó con “vos porque no sabés lo poco decoroso que es dormir frente al encargado… deberían pagarme por eso”.

La del sexto tiene el lavarropas en el balcón. Los balcones no tienen rejilla. Entonces, como no piensa gastar un peso más en este departamento de mierda que no lo puede vender porque el marido es un hijo de puta que no firma ni se va, pone la manguera para afuera y descarga el agua sucia y jabonosa sobre las plantas de los cinco balcones que tiene por debajo. Entre ellos, el nuestro. Podría seguir hablando de ella, pero me parece que ya tienen una idea, no?

Las reuniones de consorcio siempre se hacen en el hall de entrada que es vidriado a la calle, es bueno brindar un espectáculo al vecindario de vez en cuando. Hoy bajamos a la reunión nosotros, la del 4º B sin el marido, el del 5º A sólo porque vive solo, y la administradora. Esperamos media hora a la del sexto que sorpresivamente no vino y empezamos. Rápidamente tratamos el tema mientras varios vecinos llegaban y saludaban de paso al ascensor como si fueran extras de una película en lugar de vivir acá. Resolvimos que a José se le va a pagar la factura de Edenor sólo por el consumo promedio y que él debía abonar el excedente y que se le aplicarían las sanciones correspondientes según contrato colectivo de trabajo por no cumplir su horario. Sumamente expeditivo y sin rock&roll. Firmábamos el acta mientras yo soñaba con mi concierto privado tres pisos más arriba, cuando llega la del sexto con los retoños y cuatro bolsas de supermercado en cada mano.

- Qué pasa acá?
- Hola, cómo estás? –le digo, más falsa que zapatilla Nike de la salada.
- Pregunté qué pasa acá?
- Cagamos –la del 4º B, más auténtica que una suegra.
- Es la reunión por el tema del encargado –la administradora, más ingenua que Mary Ingalls.
- Y por qué no me avisaron?
- Se le avisó a todo el edificio en el detalle de expensas –la administradora
- Ah!!! Yo no lo ví.
- Cómo lo vas a ver si no las pagás… –se despertó la loca.
- Me estás hablando a mí? –apoyó las ocho bolsas en el piso, puso los brazos en jarra y me fusiló con la mirada.
- Eh… querés firmar el acta vos también? –mi marido, que no sé si les dije pero odia discutir con cualquiera que no sea yo.

Mientras la del sexto lee el acta, sus hijos arrastran las compras por el piso y las golpean contra los zócalos. Los miro y deseo que no haya huevos. O que se esfumen. Lo que ocurra primero o hasta agotar stock. Se pegan con las bolsas hasta que se rompe un pote de yogur. Muertos de risa mojan los dedos en el yogur y dibujan en el piso de madera que José enceró. El del 5º A está a punto de ir a comérselos, pero la del sexto le gana de mano. En hablar le gana de mano, no en decirle algo a los hijos.

- Yo esto no lo firmo. Lo que hace falta es despedirlo con causa justa y ponerlo a él y toda su prole de patitas en la calle –mientras sus hijos siguen gritando corriendo y patinando sobre yogur.
- Eeeeeehhhh… mirá… En primer lugar, me parece que es una situación que podemos solucionar, le hacemos una advertencia, si querés, pero no creo que… -la administradora.
- Vos no tenés que creer nada. Tenés que hacer lo que yo te digo, para eso te pago…

La loca.

- Ah… nooooo…. Así que vos pagás? Vos sos una reverenda hija de puta. No tenés filtro. No te importa nada. Sos una egoísta, una vecina de mierda, te creés más que todos nosotros!!! Quién sos vos para tomar decisiones acá? Por qué no te mirás un poco el ombligo, yegua. Todas tus frustraciones las descargás con los demás, con los más débiles, tísica en lavandina? Te vamos a confiscar tu colección completa de jeans y vamos a limpiar con ellos el enchastre que hacen estos mocosos y las cenizas que deja el maricón de tu ex en las escaleras. Por qué no te fijás un poco a tu alrededor y te ocupás de lo que tenés adentro, reventada?

Y ahí me doy cuenta de que los pequeños demonios están parados entre nosotros, con los pantalones azules llenos de yogur de frutillas y con la boca abierta observando a la madre. Tragué saliva, los miré casi como pidiendo perdón, les acaricié la cabeza a ambos y dije fuerte y claro:

- Bueno, me voy con el rock&roll a otra parte, total esta “reventada” de Mariel no va a cambiar nunca. Hagan lo que quieran con el acta.
- Mami… pensamos que te hablaba a vos… quién es Mariel? –alcancé a escuchar mientras subía la escalera.

La del sexto se llama Viviana, pero yo la llamo Mariel. No se parece en nada a Mariel, salvo en las ganas que yo tengo de cortarle la cuerda del ascensor. (click aquí para acceder a la letra de la canción)


(pausar el reproductor del blog para escuchar este video)

LLUEVE SOBRE MOJADO

30 de marzo de 2012

Mi abuela tenía botas de lluvia. Y las usaba. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía botas de lluvia. Y no las usaba. Decía que parecían de bombero. Yo no tuve ni tengo botas de lluvia.

Mi abuela tenía un piloto. De plástico, el piloto. Gris oscuro, casi negro. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía piloto. Y no lo usaba. Decía que parecía de bombero. Yo no tuve piloto. Ahora tengo uno. Repituco mi piloto. Lo pagué un ojo de la cara en 6 cuotas sin interés en esa época que tuvimos en la que nadie había votado a Menem, se acuerdan? Bueno. Mi piloto, además de pituco, sólo se limpia a seco. En la tintorería. Y además, hay que mandarlo a impermeabilizar cada vez que lo limpiás. El tema es que ésta ya no es la época del nadie lo votó, sino la época de la votó más del 50% y no hay inflación, así que callate y seguí remando. Pero remando y todo la tintorería sale ochenta mangos lo uno y ochenta mangos lo otro. Una bicoca. Entonces el piloto lo uso sólo cuando Confessore dice cielo nublado a parcialmente nublado con muy bajas probabilidades de precipitaciones aisladas.

Mi abuela tenía paraguas. Flor de paraguas tenía mi abuela, casi una sombrilla de playa. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía un paraguas. Flor de paraguas tenía mi mamá. Parecía la sombrillita de Daisy. Con las puntillitas y todo. Yo tengo un paraguas. Un paragüitas, digamos. De los que entran en la cartera. En la carterita.

Ayer me quedé dormida. No mucho, pero lo suficiente como para no ver a Confessore, vestirme con lo primero que encontré al abrir el placard y salir corriendo comiendo un par de galletitas por la calle a modo de desayuno. No sé si les dije, pero no puedo ni pestañear si no como. Casi como mi hijo menor.

Miré por la ventana y había un solazo hermoso en medio de un perfecto cielo celeste. Entonces salí con pantalón de lino blanco, camisa violeta, blazer de lino blanco, sandalias blancas de cuero, cartera blanca también de cuero. La SUBE en la mano derecha, las galletitas en la izquierda.

Cuando llegué a la oficina, me puse un poco de rimmel y otro tanto de rubor para disimular que aún tenía la almohada pegada en la cara.

A mediodía se empezó a nublar. Salí a almorzar y el tema de conversación era el clima. De la derecha los que pedían a gritos un poco de lluvia para que afloje y de la izquierda los que pedíamos un decreto que estableciera corrientes migratorias hacia zonas cálidas para dentro de veinte días. Confieso que dejé el blazer en el perchero y que cuando volví al escritorio agradecí el aire acondicionado. Verdaderamente estaba irrespirable.

A eso de las cuatro de la tarde se puso todo negro. No sé si les dije, pero trabajo en un económico edificio vidriado. Se hizo de noche. Literalmente. La gente se pone como loca con el tiempo, eh? Algunos empezaron a hacer conjeturas sobre el horario en que iba a empezar a llover. Otros si era tormenta de tierra, de viento, de verano, pasajera… Los menos, habían escuchado a Confessore. Parece que había alerta de granizo. Los que vinieron en auto empezaron a caminar en círculos, casi como si fuera un rito, una danza de la “no lluvia”. Los que tienen pelo se tiraban de los pelos, los pelados juntaban sonoramente las manos en actitud de plegaria a Poseidón. Las mujeres que se peinan se miraban el pelo entre sí, y las otras, nos mirábamos los pies.

Diez minutos antes de mi horario de salida agarré mi carterita saludé hasta mañana y les dije:

- no se preocupen, chicos… desde aquella vez que se abolló medio parque automotor siempre que hay pronóstico de lluvia, hay alerta de granizo. No pasa nada…

Les hice un gesto de superada que viaja en bondi parada durante hora y fracción y me fui. No se si les dije, pero el edificio en el que trabajo debe estar insonorizado y presurizado como los aviones. Una burbuja, bah… Qué viento, mamita querida!!!!!! Oscuro y todo me puse los anteojos de sol como para evitar que la tierra se me metiera en los ojos. Empezaron a caer un par de gotas gordas y corrí hasta la parada del colectivo. Me ubiqué debajo del refugio de Deshaciendo Buenos Aires que rápidamente se llenó de ejemplares tanto o más ridículos que yo que iba vestida de heladito de mascarpone con frutos del bosque. Un par de estudiantes que guardaban sus libros bajo la remera y parecían embarazados de quintillizos, un señor que se sostenía la cabeza claramente porque lo único que valía la pena de ese envase eran las ideas, un grupito de chiquilinas que corrían y se les iban perdiendo por el camino las ojotas y se morían de risa. Y de repente aparece una señora, muy aseñorada con paraguas. Flor de paraguas. Y se mete bajo el refugio. Con el paraguas abierto. Y empieza a empujar para hacerse lugar y me dice:

- a ver nena si te corrés un poquito así entramos todos?

Parece que la loca dormía.

- No hay mucho más lugar señora y usted tiene paraguas…
- Si, querida… pero hay viento y se me vuela
- Y si lo cierra, señora, para ponerse acá abajo…?

Por suerte vino el colectivo y subí. No entraba ni un alfiler, pero subí. Todas las ventanillas cerradas. Los que tenían paraguas también los tenían cerrados. Más o menos media hora después me siento del lado de la ventanilla. Al rato se empezaron a sentir ruidos. Golpes, diría yo. Piedras. Alerta de granizo? Siempre hay alerta de granizo. Suena mi celular. Mi marido.

- Hola…
- Hola
- Si, hola amor…
- Holamescuchás?
- Yo sí y vos?
- Notescuchonada… quéseseruido? Adóndestás?
- En el bondi, cielo, pero están cayendo piedras.
- Eh?
- Piedras!!! La tormenta!! Granizo!!!
- Ah! Tásbien? No dijiste que estabas en el bondi?
- Si
- Eh?
- Que sí. Que estoy en el bondi
- Tásenelbondi? Y ese ruido?
- Las piedras, mi amor… O te creés que los bondis vienen forrados en matelasé?
- Bueno… ya estoy en casa. Te esperamos.
- Dale. Chau.

En un momento, desaparecieron las piedras, pero el agua no y se tomaba revancha de vaya uno a saber qué. Y el viento se transformó en sudestada. Se inundó la avenida. Defensa Civil la cortó. El colectivo cambió el recorrido. Me bajé a diez cuadras de casa. No sé si les dije, pero el agua caía a baldazos y yo seguía vestida de blanco y en sandalias.

Cuando llego, en la puerta estaba José, el encargado:

- Señora… está el trapito… si se seca los pies… que tormenta, no?

La loca.

- Me está cargando, no? Estoy empapada. Los pies quiere que me seque? Los pies? Por casualidad enceró hoy? Justo hoy?!!!!

Me sequé los zapatos y mojé todo el camino hasta el ascensor. Llego, abro la puerta y del otro lado encuentro en el piso un trapito y a mi hijo mayor que se ocupa de explicarme que papi me puso un trapito para que me pudiera secar los pies.

- Hola hijo, gracias.

Y viene el chiquito:

- Mami… tenés toda la cara negra… estás llorando? –el rimmel, claro… para qué mierda me pinté.
- No, hijo. Me mojé. Hola chiquito.

Y como mi marido no viene, viene la loca.

- Hola, no? Querido… Un trapito me ponés? Te pusiste de acuerdo con José? Vos también enceraste? Empapada estoy!!! Qué hago con un trapito!!!! Sandalias me puse, ahora parecen botes!!! Estoy muerta de frío, hasta tu hijo se dio cuenta de que parezco un monstruo con la pintura corrida… la cartera es un desastre… viajé parada la mitad del camino, todas las ventanillas cerradas. Claro, vos estás acá, viendo la tele, seguro y yo bancándome a la vieja que me empujaba con el paraguas.
- Mami… -el mayor.
- Pará, le hablo a tu padre… que se hace el sota –y yo seguía ahí, paradita en el pasillo.
- Pero má… -el mayor
- No te metas en la discusión de los grandes, mescuchaste??!!
- Mami, mi hermano te está dando un mate –el menor, extendiendo su manito con una tostada con dulce para mí.

Entonces veo que el mayor tiene un mate en la mano. Calentito el mate. Y que atrás está mi marido, con una toalla limpia y seca en las manos.

- Secate un poco y andá a bañarte. Te preparamos la bañera llena y unos mates. Pensamos que ibas a tener frío.

Y entonces los miro a los tres que me están mirando. Y entonces se me corre el rimmel otra vez. Y entonces los abrazo, así, empapada. Y entonces me olvido del trabajo, del viaje, de la lluvia, de la vieja del refugio. Y entonces me acuerdo que llegué a casa, que estoy en mi pequeño paraíso, en mi lugar en el mundo.

Y también me acordé de mi abuela. Mi abuela tenía botas de lluvia, piloto y flor de paraguas. Y los usaba. Mi mamá tenía botas de lluvia y piloto. Y no los usaba. Decía que parecían de bombero. Y tenía flor de paraguas que usaba. No sé si les dije, pero yo no tuve ni tengo botas de lluvia, ni piloto de plástico, ni flor de paraguas.

Me pueden explicar por qué mierda no tengo???

NECESITO VACACIONES

9 de marzo de 2012

- A quién le decís loca? Si, vos!!! Qué me mirás, eh? Nunca gritaste vos?

Podría haber encabezado este primer post con un clásico “Había una vez…”, pero definitivamente no es mi estilo.

Es que regresamos de las vacaciones. De la playa directo al centro porteño. La sensación es similar a la que se siente cuando uno sale del agua caliente de las termas para tirarse en bolas al río mendocino con agua de deshielo.

Yo venía onda zen. Inclusive en el viaje que nos tocó llovidito. Se hicieron largos los 450 km, pero con música, chistes de niños y mate casi ni nos dimos cuenta.

Llegar a Buenos Aires fue otro cantar. Diez de la noche con los hijos dormidos y con hambre, la heladerita descongelada con un par de yogures tibios, catorce bolsos llenos de ropa sucia y medio médano dentro del auto. Una postal. Casi.

Los bolsos que queden en el baúl. Mañana vemos. Así y todo parecíamos cuatro equecos en el ascensor. Las cuatro mochilas de viaje, el bolso del mate, la heladerita, las almohadas de los hijos, las cuatro camperas que nadie usó en todas las vacaciones, mi sombrero tipo Sofía Loren que es el tercer verano que llevo y no me pongo porque se me vuela y las llaves del departamento que las encontramos porque lo tengo más grande que la cabeza.

Entramos a casa y estaba todo limpito, prolijito, las camas tendidas, la cocina despejada, la mesa con su camino, los almohadones sobre el sillón, olor a perfume, olor a "hogar, dulce hogar", como dice mi hijo mayor. Cinco segundos y fracción duró eso, obvio.

- Má… qué vamos a comer? –El menor. Lo sabía!!! Sabía que venía la pregunta…
- No sé, hijo… ahora vemos. Seguramente pedimos algo. No hay nada en la heladera. Acabamos de llegar. Son más de las diez y por si fuera poco, es domingo.
- Pero tengo hambreeeee…

Lógico. Yo también. A mi marido se le cruza la idea de McDonald's, pero juro que si vuelvo a ver una hamburguesa en los próximos cuarenta y cinco días me hago vegetariana. ‘Sanguchitos’ no. Por favor, empanadas tampoco. Quince mediodías comiendo eso. Prefiero pizza.

- Le repito el pedido señora. Una grande de ‘musarela’, una chica de cebolla con jamón y queso, una cerveza fría de litro y una ‘esprái’ grande. Son cientocuarentaysietecontreinta.
 - Ok

Y le dije “ok” porque no iba a discutir justo en ese momento y porque cuando uno viene de las vacaciones no sé por qué extraña razón meter la mano en el bolsillo y sacar plata es casi un acto reflejo… Pero ahora que lo escribo, pienso que la loca debería haber aparecido ahí, justo ahí… ciento cincuenta mangos? Y los treinta centavos? Jajajajaja me río de los treinta, si, si… me tengo que reir). Sigamos.

- Ok. Cambio de cien, por favor.
- Señora, le dije cientocuarentaysietecontreinta
- Si, está bien, pero necesito cambio de cien… o es que en estos días aparecieron billetes de doscientos con la cara del eternauta y no me enteré?
- Ah, bueno. Le mando. Era para estar segura de que había entendido que eran cientocuarentaysietecontreinta. Cuarenta y cinco minutos, una hora y le entregamos su pedido.

No les dije a los chicos la demora. Les puse la tele. Y si. Ustedes nunca lo hicieron? Nuuuuuuuunca le pusieron la tele a los chicos para que no jodan? Bueno, si lo hicieron me van a entender. Si no lo hicieron, prueben. Funciona. No abusen, eh?

Mientras tanto, en Ciudad Gótica, comenzaban a escucharse los primeros sonidos del carnaval. Corso en la esquina. Ideal, no? Me voy a la cocina a acomodar parte del equipamiento equeco que dejamos repartidos por los setenta metros cuadrados. Mi marido decide salir al balcón a ver el desfile como si esto fuera el sambódromo de Río.

Más o menos media hora más tarde…

- Má… y la pizza? –el menor.
- …

Más o menos media hora más tarde…

- Má… No están tardando mucho? –el mayor.
- …

Más o menos media hora más tarde…

- Má… ni galletitas hay? –el menor, que no sé si les dije que en lo único que puede pensar es en comer
- Por qué no van al balcón con papi?
- Vamos, pero igual tenemos hambre –el mayor, que no sé si les dije, pero siempre tiene razón.

Agarro el teléfono, el inalámbrico (que en el único momento en el que está cargado es cuando volvemos de vacaciones) y salgo también a ver el corso.

- Sí, buenas noches, hace casi dos horitas hice un pedido… me dijeron cuarenta y cinco minutos…
- Sí, señora, puede ser… estamos demorados. Es domingo, carnaval, hay gent… (dejo de escucharla, un poco porque me aburre su tono y otro poco porque hay mucho ruido de redoblantes. Si, dije ruido. No es Río de Janeiro)
- Ok. Y podés decirme cuánto más van a demorar?
- Debería estar llegando, señora, su pedido de acá ya salió.

En ese momento, veo al chico del delivery que deja su moto contra un árbol, dos casas más adelante y viene bailando con MIS cajas de pizza en la mano, al son del candombe. Lo estoy mirando. Y tengo el inalámbrico en la mano. Con la pizzería del otro lado del auricular. Y al chico del delivery se le caen las cajas. Al revés, obvio. Cómo se cae una caja? Las levanta, las abre, acomoda las porciones con la mano, las vuelve a cerrar, agarra la bolsa con las botellas que había dejado en el piso, sigue bailoteando y se dirige hacia el edificio.

- Qué hacés, querido? En qué estás pensando? Si esa pizza es para mí te la llevás de vuelta!!! Tás trabajando, nene!!! Si querés bailar disfrazate y metete en la comparsa. Sin vergüenza!!! (a veces parezco mi abuela, ya sé). Manoseando la comida… Vaya uno a saber qué tocaste antes!!! Tengo dos criaturas, mirá!!! (y las criaturas me miran a mí)
- Disculpe señora, pero esta pizza no es para usted. Es mi pizza. Vivo en el edificio de al lado, en el cuarto.

Juro que no era yo la que hablaba. Era la loca. La que tengo adentro, la que comparte mi cuerpo. A la de la pizzería le corté. Justo en ese momento. Pero le corté.

- Uy!!! Perdoname, pibe… es que pedimos pizza y están demorados y traías dos cajitas y las botellas… y dejaste la moto… Perdoname…

No sé si les dije, pero frente a casa hay una garita de gendarmería. Bueno, el gendarme de turno no paraba de mirarme. Se asomó hacia el interior de la garita y le dijo a alguien por radio: No, no pasa nada… una loca del barrio que estaba gritando.

- A quién le decís loca? Si, vos!!! Qué me mirás, eh? Nunca gritaste vos?

Necesito vacaciones.

 

Copyright © 2012 Adriana Fernandez