LLUEVE SOBRE MOJADO

30 de marzo de 2012

Mi abuela tenía botas de lluvia. Y las usaba. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía botas de lluvia. Y no las usaba. Decía que parecían de bombero. Yo no tuve ni tengo botas de lluvia.

Mi abuela tenía un piloto. De plástico, el piloto. Gris oscuro, casi negro. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía piloto. Y no lo usaba. Decía que parecía de bombero. Yo no tuve piloto. Ahora tengo uno. Repituco mi piloto. Lo pagué un ojo de la cara en 6 cuotas sin interés en esa época que tuvimos en la que nadie había votado a Menem, se acuerdan? Bueno. Mi piloto, además de pituco, sólo se limpia a seco. En la tintorería. Y además, hay que mandarlo a impermeabilizar cada vez que lo limpiás. El tema es que ésta ya no es la época del nadie lo votó, sino la época de la votó más del 50% y no hay inflación, así que callate y seguí remando. Pero remando y todo la tintorería sale ochenta mangos lo uno y ochenta mangos lo otro. Una bicoca. Entonces el piloto lo uso sólo cuando Confessore dice cielo nublado a parcialmente nublado con muy bajas probabilidades de precipitaciones aisladas.

Mi abuela tenía paraguas. Flor de paraguas tenía mi abuela, casi una sombrilla de playa. Mi mamá, cuando yo era niña, tenía un paraguas. Flor de paraguas tenía mi mamá. Parecía la sombrillita de Daisy. Con las puntillitas y todo. Yo tengo un paraguas. Un paragüitas, digamos. De los que entran en la cartera. En la carterita.

Ayer me quedé dormida. No mucho, pero lo suficiente como para no ver a Confessore, vestirme con lo primero que encontré al abrir el placard y salir corriendo comiendo un par de galletitas por la calle a modo de desayuno. No sé si les dije, pero no puedo ni pestañear si no como. Casi como mi hijo menor.

Miré por la ventana y había un solazo hermoso en medio de un perfecto cielo celeste. Entonces salí con pantalón de lino blanco, camisa violeta, blazer de lino blanco, sandalias blancas de cuero, cartera blanca también de cuero. La SUBE en la mano derecha, las galletitas en la izquierda.

Cuando llegué a la oficina, me puse un poco de rimmel y otro tanto de rubor para disimular que aún tenía la almohada pegada en la cara.

A mediodía se empezó a nublar. Salí a almorzar y el tema de conversación era el clima. De la derecha los que pedían a gritos un poco de lluvia para que afloje y de la izquierda los que pedíamos un decreto que estableciera corrientes migratorias hacia zonas cálidas para dentro de veinte días. Confieso que dejé el blazer en el perchero y que cuando volví al escritorio agradecí el aire acondicionado. Verdaderamente estaba irrespirable.

A eso de las cuatro de la tarde se puso todo negro. No sé si les dije, pero trabajo en un económico edificio vidriado. Se hizo de noche. Literalmente. La gente se pone como loca con el tiempo, eh? Algunos empezaron a hacer conjeturas sobre el horario en que iba a empezar a llover. Otros si era tormenta de tierra, de viento, de verano, pasajera… Los menos, habían escuchado a Confessore. Parece que había alerta de granizo. Los que vinieron en auto empezaron a caminar en círculos, casi como si fuera un rito, una danza de la “no lluvia”. Los que tienen pelo se tiraban de los pelos, los pelados juntaban sonoramente las manos en actitud de plegaria a Poseidón. Las mujeres que se peinan se miraban el pelo entre sí, y las otras, nos mirábamos los pies.

Diez minutos antes de mi horario de salida agarré mi carterita saludé hasta mañana y les dije:

- no se preocupen, chicos… desde aquella vez que se abolló medio parque automotor siempre que hay pronóstico de lluvia, hay alerta de granizo. No pasa nada…

Les hice un gesto de superada que viaja en bondi parada durante hora y fracción y me fui. No se si les dije, pero el edificio en el que trabajo debe estar insonorizado y presurizado como los aviones. Una burbuja, bah… Qué viento, mamita querida!!!!!! Oscuro y todo me puse los anteojos de sol como para evitar que la tierra se me metiera en los ojos. Empezaron a caer un par de gotas gordas y corrí hasta la parada del colectivo. Me ubiqué debajo del refugio de Deshaciendo Buenos Aires que rápidamente se llenó de ejemplares tanto o más ridículos que yo que iba vestida de heladito de mascarpone con frutos del bosque. Un par de estudiantes que guardaban sus libros bajo la remera y parecían embarazados de quintillizos, un señor que se sostenía la cabeza claramente porque lo único que valía la pena de ese envase eran las ideas, un grupito de chiquilinas que corrían y se les iban perdiendo por el camino las ojotas y se morían de risa. Y de repente aparece una señora, muy aseñorada con paraguas. Flor de paraguas. Y se mete bajo el refugio. Con el paraguas abierto. Y empieza a empujar para hacerse lugar y me dice:

- a ver nena si te corrés un poquito así entramos todos?

Parece que la loca dormía.

- No hay mucho más lugar señora y usted tiene paraguas…
- Si, querida… pero hay viento y se me vuela
- Y si lo cierra, señora, para ponerse acá abajo…?

Por suerte vino el colectivo y subí. No entraba ni un alfiler, pero subí. Todas las ventanillas cerradas. Los que tenían paraguas también los tenían cerrados. Más o menos media hora después me siento del lado de la ventanilla. Al rato se empezaron a sentir ruidos. Golpes, diría yo. Piedras. Alerta de granizo? Siempre hay alerta de granizo. Suena mi celular. Mi marido.

- Hola…
- Hola
- Si, hola amor…
- Holamescuchás?
- Yo sí y vos?
- Notescuchonada… quéseseruido? Adóndestás?
- En el bondi, cielo, pero están cayendo piedras.
- Eh?
- Piedras!!! La tormenta!! Granizo!!!
- Ah! Tásbien? No dijiste que estabas en el bondi?
- Si
- Eh?
- Que sí. Que estoy en el bondi
- Tásenelbondi? Y ese ruido?
- Las piedras, mi amor… O te creés que los bondis vienen forrados en matelasé?
- Bueno… ya estoy en casa. Te esperamos.
- Dale. Chau.

En un momento, desaparecieron las piedras, pero el agua no y se tomaba revancha de vaya uno a saber qué. Y el viento se transformó en sudestada. Se inundó la avenida. Defensa Civil la cortó. El colectivo cambió el recorrido. Me bajé a diez cuadras de casa. No sé si les dije, pero el agua caía a baldazos y yo seguía vestida de blanco y en sandalias.

Cuando llego, en la puerta estaba José, el encargado:

- Señora… está el trapito… si se seca los pies… que tormenta, no?

La loca.

- Me está cargando, no? Estoy empapada. Los pies quiere que me seque? Los pies? Por casualidad enceró hoy? Justo hoy?!!!!

Me sequé los zapatos y mojé todo el camino hasta el ascensor. Llego, abro la puerta y del otro lado encuentro en el piso un trapito y a mi hijo mayor que se ocupa de explicarme que papi me puso un trapito para que me pudiera secar los pies.

- Hola hijo, gracias.

Y viene el chiquito:

- Mami… tenés toda la cara negra… estás llorando? –el rimmel, claro… para qué mierda me pinté.
- No, hijo. Me mojé. Hola chiquito.

Y como mi marido no viene, viene la loca.

- Hola, no? Querido… Un trapito me ponés? Te pusiste de acuerdo con José? Vos también enceraste? Empapada estoy!!! Qué hago con un trapito!!!! Sandalias me puse, ahora parecen botes!!! Estoy muerta de frío, hasta tu hijo se dio cuenta de que parezco un monstruo con la pintura corrida… la cartera es un desastre… viajé parada la mitad del camino, todas las ventanillas cerradas. Claro, vos estás acá, viendo la tele, seguro y yo bancándome a la vieja que me empujaba con el paraguas.
- Mami… -el mayor.
- Pará, le hablo a tu padre… que se hace el sota –y yo seguía ahí, paradita en el pasillo.
- Pero má… -el mayor
- No te metas en la discusión de los grandes, mescuchaste??!!
- Mami, mi hermano te está dando un mate –el menor, extendiendo su manito con una tostada con dulce para mí.

Entonces veo que el mayor tiene un mate en la mano. Calentito el mate. Y que atrás está mi marido, con una toalla limpia y seca en las manos.

- Secate un poco y andá a bañarte. Te preparamos la bañera llena y unos mates. Pensamos que ibas a tener frío.

Y entonces los miro a los tres que me están mirando. Y entonces se me corre el rimmel otra vez. Y entonces los abrazo, así, empapada. Y entonces me olvido del trabajo, del viaje, de la lluvia, de la vieja del refugio. Y entonces me acuerdo que llegué a casa, que estoy en mi pequeño paraíso, en mi lugar en el mundo.

Y también me acordé de mi abuela. Mi abuela tenía botas de lluvia, piloto y flor de paraguas. Y los usaba. Mi mamá tenía botas de lluvia y piloto. Y no los usaba. Decía que parecían de bombero. Y tenía flor de paraguas que usaba. No sé si les dije, pero yo no tuve ni tengo botas de lluvia, ni piloto de plástico, ni flor de paraguas.

Me pueden explicar por qué mierda no tengo???

NECESITO VACACIONES

9 de marzo de 2012

- A quién le decís loca? Si, vos!!! Qué me mirás, eh? Nunca gritaste vos?

Podría haber encabezado este primer post con un clásico “Había una vez…”, pero definitivamente no es mi estilo.

Es que regresamos de las vacaciones. De la playa directo al centro porteño. La sensación es similar a la que se siente cuando uno sale del agua caliente de las termas para tirarse en bolas al río mendocino con agua de deshielo.

Yo venía onda zen. Inclusive en el viaje que nos tocó llovidito. Se hicieron largos los 450 km, pero con música, chistes de niños y mate casi ni nos dimos cuenta.

Llegar a Buenos Aires fue otro cantar. Diez de la noche con los hijos dormidos y con hambre, la heladerita descongelada con un par de yogures tibios, catorce bolsos llenos de ropa sucia y medio médano dentro del auto. Una postal. Casi.

Los bolsos que queden en el baúl. Mañana vemos. Así y todo parecíamos cuatro equecos en el ascensor. Las cuatro mochilas de viaje, el bolso del mate, la heladerita, las almohadas de los hijos, las cuatro camperas que nadie usó en todas las vacaciones, mi sombrero tipo Sofía Loren que es el tercer verano que llevo y no me pongo porque se me vuela y las llaves del departamento que las encontramos porque lo tengo más grande que la cabeza.

Entramos a casa y estaba todo limpito, prolijito, las camas tendidas, la cocina despejada, la mesa con su camino, los almohadones sobre el sillón, olor a perfume, olor a "hogar, dulce hogar", como dice mi hijo mayor. Cinco segundos y fracción duró eso, obvio.

- Má… qué vamos a comer? –El menor. Lo sabía!!! Sabía que venía la pregunta…
- No sé, hijo… ahora vemos. Seguramente pedimos algo. No hay nada en la heladera. Acabamos de llegar. Son más de las diez y por si fuera poco, es domingo.
- Pero tengo hambreeeee…

Lógico. Yo también. A mi marido se le cruza la idea de McDonald's, pero juro que si vuelvo a ver una hamburguesa en los próximos cuarenta y cinco días me hago vegetariana. ‘Sanguchitos’ no. Por favor, empanadas tampoco. Quince mediodías comiendo eso. Prefiero pizza.

- Le repito el pedido señora. Una grande de ‘musarela’, una chica de cebolla con jamón y queso, una cerveza fría de litro y una ‘esprái’ grande. Son cientocuarentaysietecontreinta.
 - Ok

Y le dije “ok” porque no iba a discutir justo en ese momento y porque cuando uno viene de las vacaciones no sé por qué extraña razón meter la mano en el bolsillo y sacar plata es casi un acto reflejo… Pero ahora que lo escribo, pienso que la loca debería haber aparecido ahí, justo ahí… ciento cincuenta mangos? Y los treinta centavos? Jajajajaja me río de los treinta, si, si… me tengo que reir). Sigamos.

- Ok. Cambio de cien, por favor.
- Señora, le dije cientocuarentaysietecontreinta
- Si, está bien, pero necesito cambio de cien… o es que en estos días aparecieron billetes de doscientos con la cara del eternauta y no me enteré?
- Ah, bueno. Le mando. Era para estar segura de que había entendido que eran cientocuarentaysietecontreinta. Cuarenta y cinco minutos, una hora y le entregamos su pedido.

No les dije a los chicos la demora. Les puse la tele. Y si. Ustedes nunca lo hicieron? Nuuuuuuuunca le pusieron la tele a los chicos para que no jodan? Bueno, si lo hicieron me van a entender. Si no lo hicieron, prueben. Funciona. No abusen, eh?

Mientras tanto, en Ciudad Gótica, comenzaban a escucharse los primeros sonidos del carnaval. Corso en la esquina. Ideal, no? Me voy a la cocina a acomodar parte del equipamiento equeco que dejamos repartidos por los setenta metros cuadrados. Mi marido decide salir al balcón a ver el desfile como si esto fuera el sambódromo de Río.

Más o menos media hora más tarde…

- Má… y la pizza? –el menor.
- …

Más o menos media hora más tarde…

- Má… No están tardando mucho? –el mayor.
- …

Más o menos media hora más tarde…

- Má… ni galletitas hay? –el menor, que no sé si les dije que en lo único que puede pensar es en comer
- Por qué no van al balcón con papi?
- Vamos, pero igual tenemos hambre –el mayor, que no sé si les dije, pero siempre tiene razón.

Agarro el teléfono, el inalámbrico (que en el único momento en el que está cargado es cuando volvemos de vacaciones) y salgo también a ver el corso.

- Sí, buenas noches, hace casi dos horitas hice un pedido… me dijeron cuarenta y cinco minutos…
- Sí, señora, puede ser… estamos demorados. Es domingo, carnaval, hay gent… (dejo de escucharla, un poco porque me aburre su tono y otro poco porque hay mucho ruido de redoblantes. Si, dije ruido. No es Río de Janeiro)
- Ok. Y podés decirme cuánto más van a demorar?
- Debería estar llegando, señora, su pedido de acá ya salió.

En ese momento, veo al chico del delivery que deja su moto contra un árbol, dos casas más adelante y viene bailando con MIS cajas de pizza en la mano, al son del candombe. Lo estoy mirando. Y tengo el inalámbrico en la mano. Con la pizzería del otro lado del auricular. Y al chico del delivery se le caen las cajas. Al revés, obvio. Cómo se cae una caja? Las levanta, las abre, acomoda las porciones con la mano, las vuelve a cerrar, agarra la bolsa con las botellas que había dejado en el piso, sigue bailoteando y se dirige hacia el edificio.

- Qué hacés, querido? En qué estás pensando? Si esa pizza es para mí te la llevás de vuelta!!! Tás trabajando, nene!!! Si querés bailar disfrazate y metete en la comparsa. Sin vergüenza!!! (a veces parezco mi abuela, ya sé). Manoseando la comida… Vaya uno a saber qué tocaste antes!!! Tengo dos criaturas, mirá!!! (y las criaturas me miran a mí)
- Disculpe señora, pero esta pizza no es para usted. Es mi pizza. Vivo en el edificio de al lado, en el cuarto.

Juro que no era yo la que hablaba. Era la loca. La que tengo adentro, la que comparte mi cuerpo. A la de la pizzería le corté. Justo en ese momento. Pero le corté.

- Uy!!! Perdoname, pibe… es que pedimos pizza y están demorados y traías dos cajitas y las botellas… y dejaste la moto… Perdoname…

No sé si les dije, pero frente a casa hay una garita de gendarmería. Bueno, el gendarme de turno no paraba de mirarme. Se asomó hacia el interior de la garita y le dijo a alguien por radio: No, no pasa nada… una loca del barrio que estaba gritando.

- A quién le decís loca? Si, vos!!! Qué me mirás, eh? Nunca gritaste vos?

Necesito vacaciones.

 

Copyright © 2012 Adriana Fernandez