CUESTION DE GENERO

10 de julio de 2012

Si hago memoria, la primera vez que debo haber escuchado la palabra género fue de boca de mi abuela materna que no tenía ni la menor intención de ser feminista. Ella compraba géneros para coser o elegía la ropa según la calidad del género.

Después, ya en el colegio, aprendí eso de masculino, femenino y neutro. No sé si les dije, pero hice primaria y secundaria en escuela de mujeres, así que fue después de los dieciocho cuando comprendí a qué se referían en realidad con el temita del género. Poco tenía que ver con la indumentaria de mi abuela y, si bien las feministas se ensañan con relacionarlo con eso de si termina con “a” o con “o”, pronto me quedó claro que el asunto debía ocupar varios tomos en la enciclopedia de la historia de la estupidez humana, como solía decir mi padre.

Recuerdo que cuando comencé mi militancia política, me ofrecieron participar en las reuniones de la comisión de la mujer. Y como no soy rebelde ahora, sino desde la cuna, así, con cara de póquer, antes de aceptar o rechazar la oferta, pregunté qué día se reunía la comisión del hombre. Obviamente no había comisión del hombre. Las mujeres tienen temas muy específicos que tratar, explicaron, como la maternidad o el cáncer de mama. Lógico, contesté, evidentemente los temas de paternidad y cáncer de próstata lo tratan en la comisión de asuntos municipales y así andamos.

Como verán, lo del feminismo no va conmigo. Eso no quiere decir que no haga causa común con las mujeres ante una afrenta. Y afrentas tenemos a diario. En el súper, en el bondi, en el laburo y, algunas mujeres, hasta en su propia casa. Y lo peor, son las mujeres que discriminan a otras mujeres. Con esas, ni justicia.

No sé si les dije, pero trabajo en una empresa en la que el ochenta y cinco por ciento del personal son hombres. Y se ve de todo. En mi piso, por ejemplo, hay tres baños. Uno de hombres, uno de mujeres y otro para personal jerárquico. En este último, hay mingitorio. Cosa que me parece muy bien, atendiendo las particularidades de los directivos hombres. Pero no hay bidet, ni armarios, ni nada que atienda particularidades de las mujeres. Debe ser que de jefe para arriba las mujeres mean paradas.

Hablando de mi piso, les cuento que días pasados, Juliana Míguez se hizo cargo de la gerencia de Comunicaciones Internas. Es una gerencia nueva con dos jefaturas a cargo que ya existían y estaban en este piso. Antes dependían de la gerencia de Marketing que está dos pisos más abajo. Por eso, el gerente de Marketing, Daniel Ibañez, sube bastante seguido a mi piso. También viene a reuniones con el Director y mientras lo espera, suele pasearse por los escritorios y sentarse a conversar con alguno de los de Comunicaciones Internas. Por otro lado, no sé si les dije, pero la empresa en la que trabajo tiene política de gestión de puertas abiertas. En castellano, esto es “sin oficinas”. Sólo el Director tiene una y todos los demás mortales, desde cadete a gerente, trabajamos en escritorios comunes sin distinción alguna. A Juliana la ubicaron bastante cerca de la puerta de entrada, en una línea de cuatro escritorios. Desde que está ahí, cualquier hijo de vecino que llega al piso y quiere preguntar algo, se dirige a ella. Los otros tres, que son hombres, están pintados al óleo. Juliana contesta siempre con una sonrisa y a mí me enerva. Me enerva la situación y su sonrisa. Al tercer día yo hubiera pegado un cartel que dijera “No soy mesa de entradas”, “Cuidado con el perro” o “Sólo respondo preguntas a idiotas a sueldo”. No sé. Algo que rápidamente provocara el rechazo colectivo hacia mi escritorio.

Ayer, sube Daniel. Abre la puerta, saluda con todos los dientes y se sienta en una silla en el escritorio de Juliana. No se sienta. Se desparrama en la silla. Casi sin mirarla le dice:

- Me traés un café? No. Mejor cortado.

A lo que Juliana responde:

- Grabo esto y te traigo”.

Yo estaba observando la situación y me comía las uñas para no hablar. Cuando pidió el café no pude más.

- Perdón? Acá nadie es esclavo de nadie, eh? –La loca.
- No, dejá, no te preoc… -Juliana
- No, Juli. Esto no puede estar pasando. Entiendo tu reacción porque venís de otra empresa, pero acá las cosas son diferentes. La cocina queda en el mismo lugar en todos los pisos. Y el señor sabe a dónde queda.
- Es que no tengo probl…
- Juli, los hombres tienen dos manos igual que vos y, además de usarlas para temas digamos íntimos, pueden poner en una de ellas un vasito de telgopor y con la otra sostener la jarra de la cafetera. Si tiene suerte, a esta hora alguien ya hizo el café por él.
- Ahora puedo hablar?
- Si, por supuesto. Quería aclarar el punto nada más.
- Yo le dije a él que pasara a buscarme y que si yo no había terminado, le servía un café. Daniel es mi marido.

Este es el momento en el que la loca se hace la dormida y yo tengo que salir a remarla con los cachetes rojos.

- Ah… Noooo!!! No lo puedo creer… Es que… Es que no los conocía. Es decir, sí los conozco, pero no tenía presente el vínculo. Es que todos le piden… y como es nueva… y quise colaborar… Bueno, también visto de afuera el pedido sonó horrible. Ehmmm…. No sé qué decir. Les traigo yo el café a los dos?

No sé si les dije, pero en mi piso, la mayoría son hombres y chusmas. Mientras todo esto pasaba, no paraban de mirarme sin decir ni “mu”. Hasta que se hizo un silencio y uno de mi equipo quedó sólo explicando que “no pasó nada, la loca de mi jefa, que metió la pata otra vez”.

- A quién le decís loca? Si vos!!!! Nunca metiste la pata? Andá a la cocina y traé dos cafés. No mejor que sean tres.

A veces, la loca y yo estamos de acuerdo. Sobre todo si se trata de una cuestión de género.

3 retruques:

Unknown on 17 de julio de 2012, 14:12 dijo...

jajaja
trae dos cafés. No mejor q sean tres!
muy bueno todo.

Adriana Fernandez on 21 de julio de 2012, 2:04 dijo...

Gracias, "J". Qué bueno que pasaste de visita.

Anónimo dijo...

Buenísimo!!!!!!Beatriz

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